Carlos Fernández siempre será Carlitos en Marbella. Sea extraditado o no desde Argentina, en la memoria sentimental de esta ciudad quedarán sus chaquetas de colores chillones, tonos pistacho y naranja, sus preferidos principalmente, cuando era un muchacho de 23 años y en 1991 se comía el mundo por las calles de esta localidad malagueña como concejal de Juventud y Deportes, área de poder esta última donde se ganó el aprecio y el afecto de la práctica totalidad de los colectivos deportivos, con el permiso del entonces alcalde, Jesús Gil y Gil, corrupto donde los haya y fallecido en 2004.
Ya en las elecciones municipales de 1995 Gil, su padrino y mentor político, luego enemigo, recelaba de su altísima popularidad entre los jóvenes y deportistas. Don Jesús, como llamaba todo el mundo al presidente del Atlético de Madrid, trató de relegar en la lista electoral a Carlitos y éste montó una demostración de fuerza con sus apoyos deportivos.
Logró escalar a puestos altos en la segunda candidatura del GIL (1995). Fue su primer órdago al jefe, como llamaban todos al ‘Boss’ de la red corrupta que saqueó el Ayuntamiento de Marbella a partir de 1991, a golpe de cuatro mayorías absolutas en una ciudad en la que se extendió aquello de “roban pero hacen cosas”. Era una cleptocracia, como dijo el conocido periodista y exdirector del diario ABC Ignacio Camacho.
En marzo de 1998 Carlitos caería en desgracia. Jesús Gil bramó a voz en grito que era “un ladrón y un chorizo”. José María García, el periodista deportivo con mayor influencia y audiencia en la radio que ha habido en España en los últimos 40 años, respaldó a Gil y se convirtió en un azote de Fernández: “este personaje ha robado a los jornaleros del fútbol español, repetía en sus programas nocturnos”.
Comenzó para él una dura y encarnizada batalla en los tribunales y perdió. Luchó a brazo partido por demostrar su inocencia, con buenos y costosos abogados penalistas como Juan García Alarcón, prestigioso letrado de Málaga. El jurado popular lo tuvo claro en un juicio que desembocaría en diciembre de 2005 con un veredicto de culpabilidad, por apropiarse de 80.000 euros de las humildes nóminas de un modesto club deportivo; las de aquellos que compiten en la sufrida e ingrata segunda división B, un submundo alejado del estrellato, los focos y las peticiones de autógrafos.
En 1998, tras su expulsión del GIL, rescató de la nada las siglas del Partido Andalucista, que llevaba 16 años sin representación municipal en Marbella. Protagonizó campañas políticas a la americana, e irrumpió en el Ayuntamiento con dos concejales en los comicios locales de 1999.
En mayo de 2003 el PA fue a más, con tres concejales y con una millonaria campaña, dirigida por su hermano ‘Toni’ Fernández, quien le inculcó luego en Argetina lo del ‘coaching’, y con música del ‘Último Mohicano’. No bastó para arrebatarle al GIL la mayoría absoluta. PP, PSOE y PA no sumaron los votos suficientes para desbancar la corrupción y el líder andalucista se unió a ella.
A finales de julio de 2003 el ahora encarcelado protagonizaría una escandalosa maniobra de transfuguismo político en España. Se alió con concejales del GIL afines a Jesús Gil y contrarios a Julián Muñoz y “su circo y folclore con la Pantoja”, dijo Fernández en una de sus numerosas intervenciones en programas dedicados a la crónica rosa. En ellos fue muy hábil para colocar sus mensajes con grandes dosis de populismo.
Astuto, manipulador, inteligente, fácilmente influenciable por terceros y con una gran obsesión por los medios de comunicación, para controlarlos y utilizarlos. Siempre lo hizo muy bien. Ahora, su hermano lo intenta como una mala copia.
Ofrecía unas ruedas de prensa con gran puesta en escena y altas dosis de sobreactuación teatral. Cuando uno rascaba un poco más allá, tras el titular, no había mucho fondo ni contenido. Sin embargo, el total en televisión y el corte en la radio estaban de sobra asegurados, con una frase grandilocuente de Carlitos, siempre Carlitos.
“Julián Muñoz hace una política ilusionista, nada por aquí, nada por allá”, dijo un día. Ahora, más de una década después, Carlitos se ha convertido él mismo en un ilusionista, en un pícaro impostor, aunque no falsificara ningún documento en Argentina. Abrazó el ‘coaching’ como profesión y los periodistas argentinos se sorprenden cuando uno les aclara, tras las preguntas de rigor, que Carlos nunca fue ‘coach’ en España. No pasó de ser un buen político profesional, hasta que le condenaron por meter la mano en la caja y se convirtió en un juguete roto.
La oscura moción de censura contra Julián Muñoz
Recuerdo aquella madrugada del 1 de agosto de 2003 como si fuera ayer. Recibí varias llamadas telefónicas de Fernández, la última a las 3 de la mañana: “ya hemos firmado la moción de censura y hemos enviado a Julián Muñoz a la lona, con un crochet, como un boxeador noqueado”. Fueron sus palabras para explicar la oscura y rocambolesca operación que le unió de nuevo a Jesús Gil, el mismo que se entusiasmó en 1991 cuando un chaval de la populosa barriada malagueña de Puerto de la Torre le escribió una carta para enrolarse en su proyecto político. Le fichó para la causa, tras pedir conocerle.
En plena guerra política, a finales de los años noventa, Carlos Fernández le espetó lo siguiente al entonces alcalde, durante un pleno del Ayuntamiento: “Jesús, llevas el delito en los genes”, así como “no hay peor astilla que la que sale del mismo árbol”, en alusión a sí mismo, salido del GIL, al que volvió de forma implícita como hijo pródigo para Don Jesús, que tanto le quiso.
Carlitos lo echó todo por la borda aquella calurosa noche de agosto de 2003 en la notaría de José María García Urbano (actual alcalde del PP en Estepona), con la infame moción de censura, la de los sobres con sobornos del gerente de Urbanismo de Gil, Juan Antonio Roca, que vendrían después y le llevarían a estar “abstraído de la Justicia” durante once años, como dijo su hermano Toni. El mismo que ahora, convertido en estrella efímera de plató, veta a periodistas incómodos, como el que escribe esta líneas, para que no le contradigan en las entrevistas masaje que pretende, en las que no cuenta nada y se le coge en mentiras enseguida. Lo peor es que Ana Rosa Quintana se lo consintió (lo de vetar a un periodista).
El ahora recluso en la cárcel de Chimbas, provincia de San Juan (Argentina), casado desde 2008 con Carla Coppari, periodista y exmodelo, padre de familia y con dos hijos, tal y como desveló Marbella Confidencial, pasó en agosto de 2003 de ser látigo de Jesús Gil a báculo, al igual que la hasta ese momento honrada y honesta Isabel García Marcos (PSOE), tenaz heroína en la oposición contra la corrupción desde 1991 hasta que pasó a ser parte de ella. Ahora duerme en la prisión de Brieva (Ávila), la misma que alojó a otro conocido prófugo de la Justicia española, Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil con el PSOE.
El papel de Judah Binstock
Pero en la suerte que ha tenido Fernández en Argentina durante estos once años escondido, es un decir, no podemos olvidar al millonario de origen judío Judah Binstock, el urdidor y financiador de la infame moción de censura, tal y como aseguró Julián Muñoz a los pocos días de perder la Alcaldía y salir con la Pantoja agarrado de la mano.
Es de sobra conocido que Binstock tenía pasaporte argentino, así como importantes intereses en Mendoza (casinos y hoteles). Negocios forjados al calor del gobierno de Carlos Menem. Precisamente, el primer destino de Fernández, tras llegar a Buenos Aires en junio de 2006, fue Mendoza.
Recuerdo que en una conversación, cuando todavía no se había votado la moción de censura, pero sí estaba firmada ante notario, le pregunté a Carlos Fernández qué hacía reuniéndose con un tipo tan oscuro y enigmático como Binstock, uno de los mayores propietarios de suelo de Marbella: “A ver si te crees que para este tipo de negociaciones uno se reúne con hermanitas de la caridad”. Así contestó para referirse a un personaje fallecido recientemente y que no fue, siquiera, citado como testigo durante la instrucción del ‘caso Malaya’. Por cierto, muy bien relacionado con personajes del PSOE andaluz y la Junta, como el exvicepresidente y antaño todopoderoso Gaspar Zarrías, además del exvicepresidente autonómico José Miguel Salinas y otro de sus hermanos.
Lo que vino después se conoce ya muy bien al otro lado del Atlántico. El juez Miguel Ángel Torres y el fiscal Anticorrupción, Juan Carlos López Caballero, pusieron patas arriba el Ayuntamiento de Marbella, el 29 de marzo de 2006, y a Carlos Fernández se lo tragó la tierra a finales de junio de aquel año, hasta el pasado 15 de septiembre, cuando la Policía Federal llamó a su puerta. No era el lechero. Continuará…