El catedrático de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Dresde (Alemania) Serafín Quero, experto en gastronomía y vinos, ya tiene nuevo libro a la venta: ‘ El anís de Picasso y Ava Gardner’. Recientemente presentaba su obra en los salones del restaurante Santiago, lugar habitual de sus citas para hablar de caldos y espumosos varios. En esta ocasión la presentación corrió a cargo del editor Andrés García Baena y contó con la asistencia del exalcalde de Marbella, José Bernal, actual líder de la oposición en Marbella; el alcalde de Ojén, José Antonio Gómez, y el concejal del PP de Marbella Cristóbal Garre.
Tal y como recuerda Quero , desde tiempos muy remotos el hombre ha sentido la curiosidad o necesidad de desentrañar la misteriosa esencia de las cosas, su último significado, su espíritu. De ahí que a los destilados se les llame bebidas espirituosas. Egipcios, griegos y romanos advirtieron que, tras el calentamiento de los líquidos, los vapores condensaban los aromas y sabores. Fueron ellos los primeros alquimistas, el egipcio kemi da kimiya en árabe y del árabe procede alquimia.
Gracias a los árabes y al médico valenciano Arnau de Vilanova (1238-1311), profesor de la Universidad de Montpellier, triunfó el aguardiente, designado con un amplio abanico de nombres tanto en Europa como en Oriente. El alma o espíritu del vino apareció en el coñac, brandy, armagnac, orujo, grapa y pisco. Los cereales, plantas y patatas se transformaron en whisky, ginebra o wodka. Que fue para Picasso una de las principales características de la Francia de posguerra: -Brigitte Bardot, el jazz moderno y el wodka polaco-.
Las frutas prestaron su aroma y sabor a los llamados alcoholes blancos como el calvados normando o el slivovitc de Los Balcanes, la matalaúva y la badiana se encarnaron en anisados como el Marie Brizard, que animaba las fiestas del duque de Richelieu en Burdeos, o el machaquito que Ava Gardner mezclaba con cerveza, llamando a dicha mezcla diente de perro, o la copita de ojén con su popular soniquete, para vino Colección Visual X acabar en licores como el benedictine o el chartreuese, fruto de la labor callada de los monjes, en los cordials o en la absenta que enloquecería a la bohemia literaria del siglo XIX. El -vino hervidode Hipócrates se convertiría con el andar del tiempo en delicioso vermú, y los licores servirían para estimular la fantasía y dar vistosidad a un buen número de cócteles.