En una reunión de la Convención Europea del Paisaje del Consejo de Europa alguien dijo que el Mediterráneo era muy afortunado por tener una joya en su extremo occidental, Marbella, y la otra en el oriental, la ciudad turca de Estambul. La antigua Constantinopla.
Hablaremos de la segunda: Estambul. Recuerdo que no hace mucho tiempo alguien decidió construir un hotel de 14 pisos cerca del Palacio Imperial de Dolmabahçe, en las orillas del Bósforo. Las autoridades querían aprovechar la demolición de los antiguos almacenes de tabacos de Besiktas, declarados patrimonio cultural hacía solo seis años.
La vieja historia. La barbarie y la codicia desenfrenada de unos pocos parecían tener la victoria asegurada. Otro triunfo. Las excavaciones habían empezado. Incluso estaban afectando éstas a algunas de las dependencias del palacio. Se habían burlado de la ley que prohibía la construcción de edificios agresivos tan cerca del Dolmbahçe. Los ciudadanos de Estambul no tardaron en oponerse a ese atropello a su patrimonio. Recuerdo a Semavi Eyice, profesor de historia del arte de la Universidad de Estambul, lamentando la brutalidad de ese ataque a su ciudad y a un espacio como las riberas del Bósforo, un mar culturalmente sagrado.
Las protestas estaban siendo sistemáticamente ignoradas por las autoridades responsables de aquel horror. Era obvio que en aquel momento la conservación del patrimonio histórico de Estambul no era una de las prioridades de algunos importantes dirigente turcos. Hasta que un día nos enteramos de que algunas veces los milagros son posibles.
Suena ingenuo en estos tiempos y en estas latitudes, pero la codicia y la barbarie pueden ser derrotadas. Shangri-La Hotels and Resorts, la empresa hotelera de Hong Kong, los promotores del futuro edificio de 14 plantas, anunció que el proyecto sería modificado en su totalidad. La noticia no fue del agrado de las autoridades locales. La Shangri-La tuvo que amenazarles con la cancelación del proyecto.
Era obvio que en el cuartel general de la Shangri-La, una de las cadenas hoteleras internacionales más prestigiosas del mundo del turismo , alguien se había dado cuenta de que aquello podría ser un desastre para la imagen de su empresa. El ser percibidos como cómplices de un atentado cultural de ese calibre parecía no ser una buena idea.
Hubo un final feliz. El hotel finalmente ha abierto sus puertas. Fue inaugurado recientemente y con todos los honores por el primer ministro turco, Recep Erdogan. Por supuesto, en su nueva versión. El volumen del edificio se redujo a menos de la mitad: seis plantas. Y la fachada del nuevo hotel, ahora respetuosa con el entorno, recordaba la arquitectura de los antiguos almacenes de tabacos de Besiktas. Sí. Fue un final feliz.
En los viejos tiempos del imperio otomano, los turcos decían que los sultanes eran la sombra de Dios. Ya ha pasado más de un año desde que una ola de protestas ciudadanas sacudió a Turquía y sobre todo a Estambul. El Gobierno local, los nuevos sultanes, había anunciado que se talarían los sicómoros del parque Gezi, uno de los pocos espacios verdes que les quedaba a los habitantes de Estambul. Había que construir allí un centro comercial. Era obvio que algunos iban a ganar mucho, mucho dinero. Obviamente nadie pensó que la buena gente de Estambul decidió no ponerse una venda sobre los ojos. Buenos ejemplos. Y buenos momentos en la historia de este viejo mar nuestro.